Bertold Reid nace en Escocia hacia 1692. De padre escocés y madre rumana, desde pequeño demuestra gran interés hacia las bellas artes, pero desalentado por su padre a temprana edad, se aboca a la que sería su segunda gran pasión: la filosofía. Su contextura física deforme debido a una extraña y terrible enfermedad que hubiera heredado de su abuela materna que consistía en el crecimiento incontrolable de su cadera lo lleva a recluirse en su habitación a la edad de 7 años, permaneciendo allí hasta su trágica muerte. No se registran variados casos de esta enfermedad derivada tal vez de una antigua afección de similares características. Según un estudio realizado por la universidad de Cambridge, sólo cuatro personas además de Reid y su abuela la han padecido, y por coincidencia se ha podido comprobar que la máxima medida a la cual puede aspirar este hueso, es 396 cm; una vez llegado ese punto, el convaleciente fallece en medio de tremendos quejidos a causa del insoportable dolor.
De sus primeros años de vida se conservan algunos lienzos. El más antiguo data del año 1697 cuando a la edad de 5 años, Reid pinta "Los restos del abismo", obra de poco valor pictórico pero cargada de un simbolismo exagerado. Figuraba un rincón de su casa, conteniendo en un espejo la imagen del rostro de su madre envuelta en velos sangrados. A simple vista esto es todo lo que puede apreciarse, pero ahondando más detalladamente en el trazo se puede ver entre los velos la imagen del mismo Bertold comiéndose una nuez de la forma más desgarradora. Este cuadro ha sido estudiado dos siglos más tarde con detenimiento por Rainer Ribot (Psicólogo francés, hermano de Teódulo Ribot), y se cree que a partir de allí éste desarrollo su famosa teoría de los espejos y el misterio que los mismos encierran. (Ver: "Les miroirs et les mystères qu’ils enferment " Rainer Ribot, Paris,1846).
Dos años más tarde Reid pinta "La Odisea para niños", cuadro que da un giro importante y se separa absolutamente de lo que venía siendo su obra. "La Odisea para niños " es un cuadro de formato pequeño en donde un personaje al cual no se logra distinguir, realiza una acción inexpresable. Aquí se devela el comienzo de lo que sería el pensamiento eje de Reid y que lo llevaría a escribir numerosos ensayos durante el resto de su vida.
Volviendo al cuadro, lo asombroso que se puede destacar es esa capacidad del autor para diseñar una escena en la cual se observa un personaje al que no se puede definir, realizando una acción que no se puede explicar porque careceríamos del lenguaje necesario para hacerlo, y que sin embargo al verlo, el espectador comprende cabalmente qué es lo que está sucediendo. "La odisea..." da comienzo al gran tema que lo obsesionaría hasta su muerte: el secreto. "La odisea..." es un cuadro que se expresa en secreto, es una imagen que confiesa algo tan íntimo, que quien logra percibirlo, recibe asimismo la maldición de Reid: no poder retransmitirlo a causa de la falta de palabras para hacerlo. En vano se ha tratado de establecer relaciones entre el título de la obra y su significado. Se estima que éste sería un artilugio de Reid para confundir al espectador que intenta observar el cuadro en una forma lógica. El título es solo una anécdota, aunque tal vez solo las almas puras, como las de los niños, sean capaces de percibir los fabulosos misterios que el mundo revela ante nuestros ojos a cada instante. "La naturaleza posee infinitos secretos y nos los murmura al oído ciertas veces. Es menester reconocer su audacia", escribiría Reid en uno de sus ensayos posteriores.
Una vez terminado este lienzo, Reid se lo enseña a su padre quien al no percibir el secreto del cuadro, obliga a su hijo a no desperdiciar su tiempo en tareas que no domina. Bertold discute fervientemente con su padre quien de un golpe lo hace caer por las escaleras. Es en ese momento que se activaría su enfermedad y continuara desarrollandosé vertiginosamente. Se estima por testimonio de familiares de Reid que su madre no habría podido intervenir entre él y su progenitor previniendo el accidente a causa de su profunda ceguera, y que su padre no se habría perdonado jamás el haber provocado el accidente. Es de allí en más que Reid se recluye en su habitación y comienza a redactar sus ensayos filosóficos.
En 1710 Reid sufre una fuerte depresión y permanece un año sin poder escribir una palabra. Durante todo ese tiempo, su madre lo acompaña recluyéndose con él en su cuarto. Se cree que existe una posibilidad de que se haya producido incesto. Varios investigadores han podido rescatar de entre sus ensayos ciertos indicios de que así lo fuera, pero no entraremos aquí en detalles. (El lector que se encuentre interesado en profundizar sobre este tema puede ver "Reid. A study about incest or how the abyss shares my bed ", Irene Cohglan, Massachusetts, 1962). Pasado un año, acompañado de la contención de su madre, Reid vuelve a la actividad. Es allí cuando escribe "Confesiones de un joven caderón". Para ese entonces, su cadera ostentaba 286 centímetros, lo cual se apreciaba enormemente a causa de su extrema delgadez y baja estatura.
No se conservan imágenes de Bertold, pero sí hemos podido rescatar un autorretrato que hubiere pintado a mediados de 1712, aunque no se lo percibe con nitidez y no se comprende bien qué es lo que está haciendo. Traducimos en los párrafos siguientes, una de las numerosas cartas que se encuentran al final de su ensayo, dirigida a su difunta abuela. La sinceridad con que Reid se expresa en estas líneas no es característica de su modo de escribir, por eso creemos que es interesante destacarla ya que nos ayuda a comprender mejor su obra.
“Querida Eleonor: Desde este recinto, de similares diagonales y ángulos que el que a su cuerpo retiene, aunque tal vez más opresor aún, porque además de tocarlo con cada centímetro de mis huesos, también puedo verlo con mis ojos que tienen la capacidad de hacer las cosas más siniestras de lo que en verdad son, maldigo nuestra enfermedad. ¿Es que acaso somos cómplices en este juego nefasto de la herencia? ¿Es que acaso sus antepasados han realizado tan cruentas herejías haciendo acaecer en nosotros la desgracia de sufrir en carne propia todos sus pecados, llevándonos a permanecer postrados para siempre en nuestras tumbas de adobe para que una tarde de otoño como ésta desde aquí le describa mi profunda angustia y compasión a la vez? Sólo Usted sabe lo que yo sé. Sólo Usted comparte mis más profundos secretos que el encierro nos devela. Estoy destinado a vivir encadenado a mi piel tirante, a punto de desquebrajarse en mil hilachas a causa de la presión que mi cadera ejerce vertiginosamente. Y es allí, en ese roce constante en donde residen mis pensamientos. Porque no es desde mi cerebro que fluyen las ideas, sino que es desde el propio dolor que mi enfermedad me infunde que cada palabra hace eco en mis notas. Mis lienzos, aunque no he vuelto a incursionar en ese oficio, ya lo predijeron, no es con mi lenguaje cotidiano con el que escribo, sino con un lenguaje óseo, áspero e infernal. Y es por esto último que a veces me veo obligado a escribirle, porque por alguna razón presiento que sus huesos ya sin vida aún me dictan. Que mi enfermedad no es solo mía sino también la suya que en mí persiste y se doblega. Cuán dichoso seré al llegar el momento en que mi cuerpo al suyo acompañe aún más cerca y que mis ojos no perciban las imágenes que no existen aquí dentro, para no temer por lo que aún sin ver, conozco profundamente. Si pudiera ser más fuerte el dolor, si pudiera añadir más centímetros a mi cadera para poder hacerla estallar en mil pedazos de una vez y para siempre y acabar con esta maldición de no sólo sentir sino también "saber que siento". Dichosa sea usted mi querida abuela que presa de la mudez y la ceguera su capacidad de oír se hubiere perfeccionado tanto que haya sido capaz de oír hasta lo impronunciable. Si tantas veces le he confesado mis miserias por las noches, en comunión con su alma, es porque sé que todavía puede escucharme, porque su sutileza aún persiste a pesar de la muerte. Y quién pudiera ser artífice de su destino, aún sabiendo que ya lo es, y no temer. Más no puedo dejar de pensar en usted y su última decisión, la que la acerco a mí para siempre, quizás la eternidad, y que la herencia me acecha desde pequeño y cuánto más dejaré que me inunde internamente, carcomiéndome, inevitablemente, porque ese es mi deseo. No hay nada que pueda hacer para acabar con mi dolor más que aguardar el final, y escribir, ya que pintar, es demasiado peligroso y ocupa mucho espacio. Desde algún lugar de Escocia, no tan remoto al suyo, su querido Bert.”
En el momento de escribir estas líneas Reid tenía tan solo veinte años, quizás una eternidad para alguien como él. Tres años más tarde, mientras sus padres se encontraban de viaje, su cuarto se incendia a raíz de una vela que cae sobre un cortinado. Se desconoce si este hecho ha sido un accidente o si Reid, luego de varias cavilaciones acerca de su destino, decide quemarse vivo. Para esa fecha, misteriosamente, la cadera de Bertold Reid medía exactamente 396 cm.
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