Muchas son las epístolas escritas por Reid a diversos destinatarios. Ya hemos citado en la primera parte de esta biografía una de las más interesantes y que habría sido enviada a su difunta abuela. Cabe destacar al respecto que aunque Eleonor estuviera muerta Reid seguía enviándole cartas a su dirección. En 1718, tres años después de su trágica muerte, en una pericia realizada a este domicilio, se han encontrado 218 cartas sin abrir; 195 habían sido enviadas por la famosa editorial Readest Digest, promocionando un concurso; el resto pertenecían a Bertold Reid. En diversas consultas realizadas a la editorial citada acerca de este hecho nos han respondido que el mismo ha de ser imposible ya que la empresa no existía en esa época. Nunca ha quedado esclarecido este problema, ya que las cartas que se encontraron poseían información verdadera con datos precisos de la empresa pero los matasellos indicaban fechas contemporáneas a Reid. Curioso hecho que investigaremos en otra oportunidad. Incluso un conocido Club se ha visto involucrado en este asunto. Ciertas hipótesis interesantes se han barajado al respecto. El lector ansioso deberá deshechar la idea de que el correo hubiera cometido un error, como así también que Reid, muñido de un sello de similares caracteres hiciera una broma a su abuela. Estas hipótesis han sido descartadas de inmediato por lo peritos, por ofensiva la primera y por inútil la segunda.
Volviendo al número de cartas, el perspicaz lector habrá notado que 23 es el de las escritas por Reid. Curiosa cifra que coincide con la edad de la tragedia. Asimismo, este número sumado propone el 5, edad en la que Reid pintara su primer cuadro y casualmente la misma cantidad de obras que se conocen de su actividad pictórica. Coincidencias, o no, como éstas, encuentra por doquier quien se aventure a investigar la vida de este filósofo. Estudios posteriores como el de Ferdinand de Boteaux (Numerología epistolar, Ferdinand de Boteaux, Barcelona, 1976) nos han sido de mucha ayuda a la hora de confeccionar este informe.
Pasemos, entonces, a una carta escrita por Reid a su padre (Walter Reid), en el año 1699, luego del accidente que le hubiera activado su enfermedad. Esta carta fue encontrada en el cajón de una cómoda del cuarto de Bertold. Su padre nunca la leyó, aún después de haberla descubierto.
“2 de marzo 1699 Sr. W.R.: Lamento ser su hijo. Aunque el dolor hable por mí en este día, así quiero expresarlo. No se culpe de mi actual estado. Sé que así se siente. Más yo no lo culpo a usted, sino a mí mismo por no haber colmado sus expectativas. Si fuera yo primogénito de algún otro, cuán dichosa sería su existencia, despojada de esta carga que represento, y es por esto que a mí mismo me culpo. Esta tarde, mientras Usted me exigía con desmedro que me dedique a otro arte, lo observé profundamente, padre, y comprendí su dolor. Sé cuanto amor hacia mí profesa desde el silencio. Pero quisiera hacerle saber que si entre mi vocación y su deseo me viera obligado a elegir, pronto la decisión se trocaría entre salvar su vida o salvar la mía. Nada hay que pueda hacer más que expresar lo que a mi mente acude casi sin cesar. Imágenes del infierno me acechan y si no he de expresarlas, muerto de locura acabaría haciendo de su vida una tortura aún peor que la Usted soporta ahora. Sin embargo, he meditado estas horas. Quizás exista algo que pueda salvarnos a ambos, y mi accidente de hoy tal vez sea la puerta de entrada a esa salvación. Ya no le avergonzaré con mis pinturas, ya no le atormentaré con mis símbolos que su comprensión no alcanza. Desde el silencio, aventajado por este cuerpo deforme que sé que pronto tendré, permaneceré aquí dentro, en mi habitación, hasta mi muerte. Lamento ser su hijo Sr. Walter. Si no he llegado a ser lo que usted con ansias deseaba no hay otra cosa que yo pueda hacer. Soy víctima de mi talento. Corta vida tendré y he de aprovecharlo, aunque sea desde mi anonimato, me dedicaré a lo que he venido. Escribiré por siempre, sólo hoy para Usted, ya que soy capaz de saber que en vano lo seguiría haciendo. Su ceguera, al no ser física, es más severa que a la que a mi madre condena. Sepa que le amo. Su hijo, B.”
El asombroso hecho de que con solo 5 años de edad, Bertold manejara el lenguaje como se aprecia en esta carta provocó cierta desconfianza en los peritos. En estudios realizados a su caligrafía se ha podido comprobar que hasta los 9 años, Bertold Reid escribe con una caligrafía pequeña y levemente inclinada a la derecha, mientras que a partir de esa edad, todas sus cartas comienzan a ser escritas con una caligrafía un tanto más grande e inclinada hacia la izquierda. Este hecho se da en varias personas luego de sufrir algún acontecimiento en su vida de suficiente vigor como para provocarles cambios en su expresión, pero no creemos que sea ese el caso de Reid, al menos no a la edad de 9 años. Con el fin de esclarecer este tema se ha consultado a varios grafólogos. Todos han coincidido en que ambas caligrafías definitivamente no pertenecen a la misma persona. Durante 4 años se ignoró quién habría escrito esas cartas o en todo caso con la ayuda de quién Reid las había escrito. El caso fue resuelto cuando luego del incendio se encontró en la habitación el un ejemplar de Hamlet del cual hablaremos en la parte 3 de esta biografía. La dedicatoria de Arthur Burke develaría la incógnita. Burke, 10 años mayor que él, le habría escrito las cartas.
Descendientes y herederos de Reid, quienes viven ahora en Rumania, conservan algunos manuscritos que el mismo Reid hubiera escrito a la edad de 8 años. Jamás los han dado a conocer. Se comenta que conservarían bajo 7 llaves el original de la carta que le hubiera escrito a su padre, la que transcribimos más arriba. Compartimos con ellos el querer preservar la imagen de Reid. De todas maneras las 6 cartas posteriores dan fe de su talento. Quizás no solo Bertold Reid merezca éstas 3 páginas sino también el mítico Burke, (o 1 o 2 personas más).
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